martes, 29 de marzo de 2022

La Muerte del gremialista José Benedicto

Publicado en Revista 23, por Eva Guevara El 30 de marzo de 1982 fusilaron a uno de los líderes del movimiento obrero que reclamaba Paz y Justicia. Su muerte conmocionó al país pero cayó en el olvido bajo los efectos “patrióticos” causados por la guerra de Malvinas. Aquel día de 1982, una columna de 700 personas copaba todo el ancho del trayecto de la calle Mitre hasta Pedro Molina. Se movía rumbo al Centro Cívico, hacia lo que sería una parada táctica, un compás de espera improvisado porque se sabía que el paso de la columna principal venía retrasado con Mario Zaffora a la cabeza. La protesta había sido organizada por la CGT en todo el país en medio de un clima agónico, de inminente rebelión contra la política económica de un régimen que le negaba al pueblo la libertad. Ese día se había iniciado con una huelga general cuyo acatamiento en Mendoza fue prácticamente total. Faltaba coronar esa gloriosa jornada con la entrega en mano de un petitorio al gobernador Bonifacio Cejuela. Por entonces la autoridad militar montaba un gran operativo para blindar todo el perímetro de los alrededores de la Casa de Gobierno. Cuando el reloj marcó las 17.45, en el horizonte de la vereda norte de Pedro Molina se empezaba a dibujar una escena de horror. Un camión de Gendarmería sorprendió a todos en contramano. A los manifestantes no se les ocurrió otra cosa que hacer flamear las banderas argentinas y entonar las estrofas del Himno Nacional. De ahí en más todo sucedió vertiginosamente. De entre los 20 gendarmes que bajaron del camión con fusiles FAL sobresalió uno que disparó hacia quien sostenía la bandera. Ese hombre en el acto quedó tendido en el piso boca arriba. Su herida en el tórax era captada con nitidez por las cámaras del Canal 9 que dejarían testimonio visual de todo lo acontecido. Hubo corridas, gritos, gente queriendo ganar la calle, algunos que intentaron arrojar alguna que otra piedra, gesto por demás minúsculo comparado con el fuego que abrió la Gendarmería cuyos efectivos estaban parapetados entre los pinos y los árboles. Hay testigos que dicen que fue del camión que avanzó en contramano de donde surgieron las pimeras ráfagas, primero hacia la copa de los árboles y luego hacia el piso. Algunas de las balas que rebotaron dieron sobre los trabajadores. La transmisión en vivo del Canal 9 se apagó repentinamente no sin antes sacar al aire la voz de Edgardo Palet informando que las fuerzas de seguridad habían disparado con balas de salva para repeler y dispersar. Pero no eran de salva: eran reales. Aunque eso tardaría en salir a la luz, lo mismo con la lista de heridos donde el más grave sin duda era José Benedicto Ortiz. De acuerdo a múltiples testimonios, los gendarmes atacaron y se retiraron. Fue la gente la que trasladó a los heridos hasta la clínica Mitre, ubicada a pocos metros del lugar del hecho mientras que Ortiz fue traslado en ambulancia al Hospital Central. Muy poco después se montaba un segundo operativo de copamiento de los respectivos centros médicos por órdenes bien precisas del Comando de la VIII Brigada con la complicidad de la Justicia Federal. Eran seis los heridos. El obrero ferroviario Juan Enzo Ortiz; Raúl Aldo González –con heridas en ambas piernas–; Ricardo Jorge García; el dirigente de los jubilados Bruno Antinori, y Héctor Mairán –lesionado en el hombro–, compañero de José Benedicto Ortiz, quien por entonces era secretario general de AOMA (Asociación Obrero Minera Argentina) a nivel nacional. Las horas siguientes fueron testigo de movimientos afiebrados. El gobernador Bonifacio Cejuela había almorzado en el octavo piso a la espera de conocer en detalle todos los acontecimientos que se producían. Poco después de la escena sangrienta, se conformaba un gabinete de crisis. Los acontecimientos habían trascendido a todo el país. El gobierno de Mendoza debía ensayar alguna explicación. Ese mismo día llega a la provincia el comandante del IV Cuerpo del Ejército, el general Llamil Reston, quien según el Anuario del Diario Mendoza, da un comunicado asegurando que los manifestantes eran un grupo de entre 600 y 800 personas, que entre ellos se había detectado la presencia de activistas y de personas de ideología comunista, y que se responsabilizaba a los dirigentes gremiales que son “incapaces de dominar tales manifestaciones”. Finalmente, Reston exhortaba a la población a no participar de este tipo de actos. Trascendió que puertas adentro de la Casa de Gobierno hubo un fuerte pase de facturas ya que un sector del gabinete criticaba el hecho de haber dejado que la policía pasara a depender del Ejército. También está la versión que dice que Cejuela tuvo la intención de salir a recibir el petitorio y que los militares le ordenaron descartar la idea. Otro dato que señalan testigos es que fue a consecuencia del ingreso de la policía, entre los manifestantes y el Ejército, que el ataque tuvo que cesar. Como sea, los rumores de renuncia fueron desmentidos por el propio gobernador mientras que la tensión política entre los hombres del Partido Demócrata y el Ejército se hacía patente en el comunicado oficial en el que se decía que “el gobierno no tiene ningún tipo de responsabilidad en el manejo de las fuerzas de seguridad”. Lo que no admitiría el gobierno es que la noche anterior a la manifestación, la policía de Mendoza había salido en la búsqueda de los dirigentes gremiales Zaffora, Valenzuela, Lira y Alonso, quienes debieron interponer un recurso preventivo ante la Justicia provincial. Tampoco admitiría que estaba dispuesto a tapar todos los hechos registrados con tal de salvar la responsabilidad del Estado. Algo habrá hecho. Quiso el destino trágico que la más grave herida fuese perpetrada contra un dirigente con más de 25 años de trayectoria en la defensa de los derechos de los obreros. El día 3 de abril las radios y los diarios confirmaron su muerte y una multitud se volcó a despedir sus restos. Había sido ayudante químico de primera en la fábrica de cemento Juan Minetti, delegado de su sección, secretario general de la Asociación San Martín e interventor nacional de AOMA, además de un padre de familia muy querido y conocido por muchas otras familias trabajadoras del distrito de Las Heras. Espontáneamente los vecinos de calle San Martín desde Independencia hasta el Cementerio de la Capital salieron al paso del cortejo fúnebre con pañuelos. José Benedicto Ortiz tenía 53 años y una gran expectativa sobre lo que ocurriría aquel 30 de marzo. Antes de salir de su casa le comentó a su mujer que algo realmente importante estaba por pasar, aunque también sentía alguna premonición que Blanca recuerda cabalmente, embargada aún por la emoción del homenaje que le hizo la Cámara de Diputados al cumplirse 30 años de aquella represión. Paredes y techo de la casa recorren la vista de Blanca Villegas porque para empezar a recordar la historia es preciso hacer pie en la dignidad del trabajador: “Esto lo levantamos juntos, yo era la asistente y los esperaba con todo listo a las cuatro de la tarde que era la hora en que llegaba del trabajo. Así construimos todas las columnas y vigas, a fuerza de sacrificio y sin la ayuda de nadie porque lo que se ganaba entonces alcanzaba para cubrir lo básico”. “Ese 30 de marzo llegaba de trabajar en la cerámica de un sobrino, dijo que se acostaba un rato a dormir la siesta y que se iría a la tarde con sus compañeros. Como mi hijo Raúl también iba a ir, él me pidió que no lo despertara y que no lo dejase ir. Tres meses antes mi marido le había comprado una cocina a mi hija que se estaba por casar, de ahí que antes de irse me dijo: ‘Después de las 5 y media prendé la radio y te vas a enterar qué va a pasar. Acá en este bolsillo tengo la factura de la cocina, si a mí me pasa algo, con esta dirección te van a buscar’. Y así fue. Con la factura en la mano un señor me vino a avisar que en la movilización mi marido había sido herido y estaba internado. Yo no sabía nada porque mi hijo se levantó y se fue detrás de su padre y antes de irse apagó la radio por lo que no había escuchado nada”. Los días que siguieron fueron tremendos y dolorosos. El Hospital Central había sido copado por el Ejército y un Comité Médico convocado por las fuerzas de seguridad atendía a José Benedicto Ortiz como si estuviese preso, custodiado todo el tiempo por militares. Blanca y sus hijos Raúl y Ana recuerdan que debieron estar esos días un piso debajo de donde lo habían internado y permanecer todo el tiempo en silencio. Sólo por un favor de personal del hospital el día viernes 3 permitieron una visita por unos segundos. Quien ingresó a la habitación fue Raúl, su hijo. “Estaba consciente mi papá –dice Raúl–, al verme levantó la pierna y se le corrieron unas lágrimas. Él quizá temía por mí porque yo me fui detrás de él a la marcha, lo increíble es que desde la vereda de Pedro Molina vi caer a una persona y nunca creí que fuese mi padre. Recién me enteré que lo era al volver a casa y encontrarme con la novedad”. Para Ana, la única hija del matrimonio, aquel gesto de autoritarismo dejó una huella imborrable: “No pudimos despedirnos de él y ni siquiera llorarlo. Yo un tiempo atrás había soñado que moría y que habían enviado tantas coronas de flores que no cabían en la casa. Cuando se lo conté se rió y dijo que con la pobreza en que vivíamos no iban a enviar ramos sino latas con margaritas. Al final cuando lo velamos tuve que ir a pedirle a la vecina que pusiera las coronas en su casa porque en la nuestra no cabían tantas”. En el hospital se escuchó una palabra al vuelo: Malvinas. Afuera se hablaba de eso, no de deseos de paz o de libertad, tampoco del sistemático aparato represivo de la dictadura que se desplegaba frente a los ojos de la familia de Benedicto Ortiz. Primero fue el parte médico que indicaba “muerte por neumonía”. Luego el gobernador Cejuela que los convocaba a Casa de Gobierno para hacerles firmar una nota en la que supuestamente los familiares se dirigían a él para expresarle que personalmente no lo culpaban de nada. “Quiso hacer negocio con nosotros”, cuenta Blanca. Y agrega: “Estaba molesto porque lo trataban de asesino y que ya estaba cansado porque molestaban a su hijo en la facultad con este tema. Yo no le firmé nada pero él igual hizo publicar en el diario que yo le había entregado esas disculpas. No me quedó más remedio que ir a desmentir eso que fue una gran falsedad”. El expediente recayó en el juez federal Gerardo Walter Rodríguez, quien ordenó la confiscación de las imágenes de Canal 9. Pero fue el mismo Ejército el que retiró las cintas que servirían de prueba clave. A la sazón, la causa sería toda una pantomima y un gran absurdo protagonizado por el entonces fiscal Carlos Ernesto Fuego dictaminó que “el fallecimiento de José Benedicto Ortiz se debió a un acto propio, solamente a él imputable y no cabe responsabilidad alguna del Estado Nacional, toda vez que el hecho que causa la muerte es culpa exclusiva de la víctima”. Vale la pena transcribir los argumentos textuales esgrimidos por Fuego ya que son una pieza digna de estar en los anales del cinismo que ha caracterizado a la Justicia cómplice de todas y cada una de las dictaduras militares. Dice así: “Se alega que José Benedicto Ortiz fuera herido en la jornada por disparos de armas accionadas por Gendarmería Nacional, como tampoco se reconoce que falleciera como consecuencia de esas heridas, sí en cambio, de neumonía, como lo consigna el parte médico”. En su escrito, el fiscal niega el carácter de la marcha efectuada y ensaya la siguiente prosa: “En un pasado no muy lejano, algunas de esas concentraciones que se realizaban con propósitos encomiables, desembocaban en verdaderas batallas campales donde el número de muertos y heridos fue de tal proporción que no ha podido conocerse hasta el presente”. Cuenta Raúl Ortiz que para iniciar el juicio por la muerte de su padre se necesitaba un certificado. “Eran los últimos días de la dictadura y fui al comando a pedirlo. Llevaba encima un grabador porque pensaba que si no me daban nada por escrito al menos me llevaba un registro de sus palabras. Cuando me vieron con él me encerraron y me tuvieron una semana preso en la VII Brigada. En esos días me trasladaron a Campo Los Andes. Y cada milico que entraba a la celda me decía: ‘Me imagino que te despediste de tu familia porque no volvés más’. Cuando me largaron, reanudaron las amenazas. ‘No se te ocurra venir una vez más, hoy te salvás pero la próxima serás un desaparecido más’”. Blanca, por su parte, recuerda que aquella lucha por la justicia se dio en las peores circunstancias ya que de pronto pasó a estar sola y a cargo de la crianza de tres chicos pequeños (dos nietos y un sobrino), sin ningún tipo de ayuda. “Claro que estábamos marcados por los militares. Una vez mi hija quiso hacer un negocio que tenía vinculación con una licitación y cuando presentaron los papeles les dijeron que no podía participar por ser hija de Benedicto Ortiz. Además nos los dijeron varias veces: ustedes están vigilados. No podíamos pensar en tener reuniones, si casi hasta nos impiden hacer el velatorio”. Los organismos de derechos humanos ya han anunciado que pedirán el desarchivo de la causa ya que si bien institucionalmente hay un compromiso de reparación histórica, junto a la memoria y la verdad está pendiente la justicia. Por su parte, el gobernador Francisco Pérez respaldó la iniciativa del monumento y tuvo la idea de emplazarlo en uno de los extremos del Paseo del Bicentenario a inaugurarse junto con el Memorial de la Bandera de Los Andes. “Es la primera vez que nos recibe un gobernador en lo que va de democracia”, señala Blanca Villegas de Ortiz. Y agrega: “Si bien mantuve la memoria de mi marido y salí a flote, hoy siento que la reparación es de lo más importante, es algo que reconforta a mis nietos, para ellos el abuelo ha sido la alegría más grande de su vida. No fueron años buenos esos en que ellos preguntaban qué le pasó y no había quién supiera responder”. Ayuda memoria. Héctor Antinori ha sido una de las personas que más persistió en el tema de la memoria de los sucesos que derivaron en la muerte del dirigente de AOMA. “Por primera vez hay un compromiso institucional de reparación. Lo hemos repetido muchas veces, ahora que se anunció el monumento propuse que se consignara el nombre de todos los heridos y que se diga quién gobernaba para entonces ya que todos deben saber de la complicidad civil del Partido Demócrata con la dictadura”. Héctor relata que el día 31 fue a la Casa de Gobierno a entrevistarse con el subsecretario de Gobierno. Su padre era uno de los heridos que intentó levantar a José Benedicto Ortiz. “Para dar una idea de quién era Bruno Antinori voy a contar que era un metalúrgico jubilado, afiliado al Partido Comunista, que aprendió a leer en la cárcel con la sola intención de conocer la obra de Carlos Marx y que a esa marcha de la CGT asistió de saco y corbata porque para él la manifestación popular era el evento cívico más importante”. Héctor no recuerda las palabras que usó en el informe el cronista de Canal 9 Edgardo Palet, pero sí se acuerda que en la espera de la entrevista apareció para pedirle hacer una salida. “En eso que le digo que sí, interrumpe la secretaria para decirme que no haga el reportaje y que el subsecretario me esperaba. Yo le contesté que no, que era el subsecretario quien ahora debía esperarme a mí. Uno en ese tiempo vivía inmerso en una etapa muy álgida, los hechos en caliente eran que enfrentábamos a la dictadura, así que hablé en esos términos. Luego me enteré que el reportaje había sido muy bueno y que los trabajadores de YPF que viajaban en un colectivo se paraban para aplaudir lo que yo decía ya que venían escuchándolo por Radio Nihuil. Finalmente el subsecretario me ofreció dinero para curar a mi padre. Yo le contesté que jamás iba a recibir un peso de la dictadura”. Para Héctor Antinori los 30 años vienen a sacar a la luz el papel desgraciado del movimiento obrero que de algún modo dejó de reivindicar la figura de Ortiz –claramente fue el caso de AOMA–. “ES que al no haber una verdadera participación, muchas veces son jerarcas con mucho dinero y no les importa la gente que trabaja. Es verdad que se profundizaron las divisiones, pero en definitiva, la única línea clara era la de pactar con los gobiernos de turno. En ese tiempo lamentable yo me mantuve cerca de la familia de Benedicto Ortiz porque siempre creí en la necesidad de los lugares donde se recuerden los acontecimientos históricos. Los homenajes realizados por la CGT tuvieron visos de solidaridad, pero no la profundidad del que realizó la Cámara de Diputados que ha tenido la capacidad de generar interés en algo que se ha logrado por puro esfuerzo desde abajo, algo tan importante como la memoria, la verdad y la justicia”

La Huelga del 30 de marzo de 1982 y el ocaso de la Dictadura

El 30 de marzo de 1982 la CGT Brasil, liderada por Saúl Ubaldini, llama a una huelga nacional con movilización contra la dictadura militar. Si bien la CGT conducida por el dirigente cervecero tenía menor peso entre los gremios más poderosos que el otro sector en que estaba dividida la organización sindical -la dialoguista CNT -20 – conducida por el burócrata del plástico Jorge Triaca, su llamado tuvo una importante repercusión, logrando un significativo paro y fundamentalmente una importante movilización que llevó a nuclear alrededor de 50 mil trabajadores en Capital y distintas expresiones en el interior del país. La acción fue duramente reprimida por la policía que llegó a detener a 3.000 manifestantes, entre ellos a la cúpula de la central. En Mendoza, provincia en la cual la medida de fuerza fue importante, fue asesinado el dirigente del sindicato minero. Un duro golpe al gobierno de Galtieri La huelga tuvo como antecedentes una lista de luchas defensivas contra los planes económicos que, delineados por el ex ministro Martínez de Hoz, significaron un salto en la explotación de los trabajadores y la entrega del país a las multinacionales. Planes que luego continuaron los ministros de los dictadores que le siguieron, Lorenzo Sigaut y Roberto Alemann. En esta oportunidad el respaldo y la simpatía popular a la medida fueron muy superiores al de otras veces, reflejando la aguda crisis en que se encontraban el Proceso de Reorganización Nacional y la Junta de Comandantes, encabezada por el general Fortunato Galtieri La dictadura había perdido su base de sustentación social: una parte de la clase media argentina que la apoyó en un comienzo, beneficiada en los primeros años por maniobras de tipo especulativo con el dólar e ilusionada con que los militares iban a superar la aguda crisis en que se encontraba el país con el último gobierno de Isabel Perón. La famosa época de la “plata dulce” terminó generando, luego de cinco años en el poder, una crisis mucho mayor que se llevó puesto al gobierno de la Junta encabezada por Videla primero y al de su inmediato sucesor -el “dialoguista” Viola – después. Este último no pudo contener la profunda depresión de la economía argentina que llevó a un retroceso del 9 % del PBI en 1981. Galtieri y su junta de comandantes, en un golpe de carácter interno al régimen militar, desplazó a Viola en diciembre de ese año, intentando superar la crisis en que se encontraba la dictadura. Durante 1981 una ola de quiebras sacudió diversas ramas industriales: empresas metalúrgicas, textiles, automotrices, etc. En febrero de ese año se hablaba de un record de quebrantos. En varios casos se produjeron tomas de fábricas en defensa de las fuentes de trabajo. El SMATA, dirigido por el burócrata colaboracionista de la dictadura José Rodríguez, convocó a dos paros nacionales de los mecánicos contra estos despidos. Esta grave situación económica llevó a que la huelga convocada para el 30 de marzo de 1982 contara con una movilización de magnitud, a diferencia de otras acciones, como el primer ensayo de paro general convocado por “los 25” el 27 de marzo de 1979. Las crónicas de la época manifiestan el desconcierto de los efectivos militares, que no estaban acostumbrados a reprimir movilizaciones multitudinarias, sino a una sorda y dura represión selectiva contra la vanguardia, efectuada muchas veces al amparo de las horas de la noche. Desconcierto que se hizo más grande por la importante resistencia de los manifestantes, que desde hora temprana colmaron el centro y formaban grupos de protesta, que se disolvían ante la cercanía de las fuerzas represivas y volvían a reconstituirse para seguir protestando. La resistencia obrera y la actitud de los partidos y la CGT La medida de protesta que fue llamada tras la consigna de Paz, pan y trabajo, fue entonces la más importante de una larga cadena de protestas obreras, muchas de ellas que no pasaron de medidas defensivas como el quite de colaboración o trabajo a tristeza, o una serie de paros por reclamos salariales, de condiciones de trabajo y contra los despidos. Al primer intento de 1979 llamado por la “Comisión de los 25”, que luego sería la base para la constitución de la CGT Brasil, podemos sumarle la más exitosa huelga llamada por la misma central para el 22 de julio de 1981, que no tuvo una continuidad inmediata en un fuerte plan de lucha, sino en una movilización a San Cayetano, reflejando la influencia de la Iglesia sobre este nucleamiento sindical y las inconsecuencias del gremialismo que había sido calificado como “confrontativo”, por oposición a la “dialoguista” CNT-20 de Triaca. En ese año se había formado, a instancias de la Unión Cívica Radical y con la participación de los partidos patronales de ese entonces, la comisión multipartidaria. Esta, lejos de llamar a terminar con la dictadura por la movilización popular, dialogaba con ella intentando llegar a una salida electoral consensuada con los militares. Los radicales pretendían elecciones acordadas para 1984, y el PJ declaraba a través de su jefe de entonces, Deolindo Felipe Bittel, en forma previa a una entrevista con el ministro del Interior, el general Liendo: “Nuestra actitud no está dirigida a desestabilizar al Proceso”. Refiriéndose a la movilización llamada por esa conducción gremial el 7 de agosto a San Cayetano, que tras la consigna de pan y trabajo reunió – según los medios de la época – a cerca de medio millón de personas, señalaba: “creemos que esa enorme y silenciosa manifestación ha sido una muestra elocuente de la angustia y desesperación que ahoga a nuestro pueblo… si hoy cientos de miles recurren a él (San Cayetano) es porque, en medio de una desenfrenada ofensiva patronal, los dirigentes sindicales no garantizan ni orientación, ni organización, ni dirección […] para conseguir pan y trabajo lo que hace falta es un plan de lucha” (3). La jornada del 30 de marzo de 1982 Tras las consignas de Paz, pan y trabajo y Luche y se van fue convocado el paro y movilización. El Ministerio del Interior presionó para que la marcha no se hiciera con el argumento de que la CGT no había solicitado la autorización correspondiente y la acción se prestaba para que se violara “la seguridad y el orden público”. Preparaba así los argumentos de la posterior represión. Ese día los diarios matutinos reflejaban el conflicto militar con los ingleses en las Georgias del Sur, que días después terminó en la sorpresiva ocupación de las Islas Malvinas, y los aprestos represivos para impedir la marcha convocada por la CGT. La ciudad apareció custodiada por un fuerte operativo represivo en el que podían observarse carros de asalto, hidrantes, la montada de la policía federal, militares en traje de fajina, efectivos fuertemente armados por todo el centro de la ciudad. Los trabajadores empezaron a nuclearse desde temprano en Av. 9 de Julio , Av. de Mayo y otros puntos de la ciudad con el objetivo de marchar encolumnados a la Casa Rosada y entregar un petitorio. Al grito de Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar se produjeron tres horas de enfrentamientos de la policía contra los manifestantes que pretendían llegar a Plaza de Mayo. Había también focos de combate en la zona de Tribunales, Paseo Colón, el Puente Pueyrredón y distintos puntos del centro, que se extendieron hasta horas de la tarde. Hubo alrededor de 2.000 heridos y 3.000 detenidos, entre ellos el Secretario General de la CGT, Saúl Ubaldini y cinco integrantes de la Comisión Directiva, además del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel e integrantes de Madres de Plaza de Mayo. Fuerte movilización y represión en Mendoza La jornada de lucha en el interior del país tuvo repercusión en varias ciudades como Rosario, Neuquén, Tucumán o Mar del Plata. Fue en Mendoza, uno de los epicentros de la jornada, donde se produjo uno de los mayores operativos represivos. Allí, una numerosa columna de trabajadores que se aproximaba por las calles céntricas a la Casa de Gobierno para entregar un petitorio al gobernador de la dictadura, el político del Partido Demócrata Bonifacio Cejuela, fue brutalmente baleada. Una reciente investigación periodística relata que sobre las 17:45 horas, un camión de Gendarmería sorprendió a los manifestantes de contramano, los que atinaron solo a cantar el himno y flamear banderas argentinas. Unos veinte gendarmes bajaron rápidamente con sus fusiles FAL y un disparo impactó sobre la persona que sostenía la bandera, quién quedó tendido en el suelo, como lo registraron las cámaras de canal 9. Hubo corridas, gritos, gente queriendo escapar de la represión, otros que arrojaron piedras; mientras la Gendarmería abría fuego con efectivos parapetados entre los pinos y los árboles, primero hacia la copa de los mismos y luego hacia el piso. Algunas de las balas que rebotaran allí hirieron a varios trabajadores de distinta consideración . El herido en el pecho, no pudo sobrevivir a la herida. Se trataba del Secretario General de AOMA, José Benedito . El balance de la jornada Algunos artículos sobre este paro general lo califican como la acción que hirió de muerte a la dictadura. Es probable que esta consideración coincida con la negativa de quienes lo plantean a considerar la guerra y derrota de Malvinas como el elemento clave en la crisis final y desbarranque del régimen militar. Sin embargo, siendo un duro golpe contra el ya en crisis gobierno de Galtieri y la Junta militar. Al otro día, por primera vez en muchos años, comenzaba a haber entusiasmo en los comentarios que se cruzaban en la fábrica o la oficina. Eso, junto con los insultos, la indignación y el odio que hacía hervir en la gente la represión de esta dictadura salvaje […] la dictadura ha recibido un buen golpe. No fue un ‘porteñazo’ ni un ‘mendozazo’, porque aún el grueso de las masas obreras y populares no participaron. Pero, al mismo tiempo, la movilización del 30 demostró que comienza a haber condiciones más que suficientes para eso”. La crisis de la dictadura y el reanimamiento de las luchas obreras y populares, le plantearon a los milicos la necesidad de dar un salto hacia adelante para tratar de zafar de una encerrona que iba a terminar con ellos. La invasión a las islas tres días después de esta lucha obrera, la guerra de Malvinas, y fundamentalmente la enorme movilización anti imperialista que desató la misma, terminaron de derrotarla y enterrarla.